miércoles, 27 de octubre de 2010

BASILISCO

Como la mayoría de las bestias mitológicas, el origen del basilisco se pierde en el tiempo. Las culturas antiguas dejaron algunas muestras de la creencia en él y otras serpientes monstruosas en las artes, pero es en la tradición escrita donde mejor se puede seguir su trayectoria y evolución.
Los egipcios creían que el basilisco nacía de los huevos de Ibis. En el Antiguo Testamento podemos encontrar siete referencias al basilisco, en cuatro libros distintos. Hasta el siglo I d. C., es visto como una serpiente excepcionalmente dañina, pero físicamente no difieren mucho de otros ofidios. Es importante reseñar que los conocimientos de zoología permitieron que la mayoría de la gente, incluyendo élites y eruditos, creyeran en esta clase de criaturas hasta bien entrado el siglo XVIII.
En NATURALIS HISTORIA se describe al basilisco de Cirene como una pequeña serpiente (de no más de doce dedos de longitud) con tanto veneno que iba dejando un reguero tras su rastro, y que era capaz de matar con la mirada. Su única debilidad era el aroma de una comadreja que era capaz de matarlo.
En la tradición grecolatina se distingue claramente entre el basilisco y el catoblepas, cuadrúpedo de pesada cabeza que mata al que mira sus ojos, y al que citan, entre otros, Elieno, Ateneo y Arquéalo entre los griegos, y entre los latinos Plinio, Solino y Pomponio Mela. En cuanto al basilisco, Plinio hace la que probablemente sea la mención más famosa de la bestia en su Historia Naturalis, repetida hasta la saciedad por autores posteriores y muchas veces malinterpretada o tergiversada. Otros autores que lo citan son Lucano o el médico Dioscórides. Solino y Aeliano hablan del monstruo en el siglo III y Arnobio y Aecio en el V. Aeliano introduce al gallo en el mito, detalle que crecerá en importancia hasta el punto de modificar enormemente a la criatura en la Edad Media.

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